domingo, 27 de noviembre de 2016

¡Relato corto! Matrioska


"Todos pensaban que ser una muñeca rusa era fácil.
Los lapiceros de colores nos observaban desde su estuche entreabierto sobre la mesa, así como los libros desde sus baldas, los pósteres y cuadros desde su pared, e incluso la pequeña papelera nos miraba desde el suelo. Mis hermanas y yo, desde la balda más elevada de la habitación, coronábamos la sala y todos nos envidiaban. O al menos eso me decía mi hermana.
Así era desde fuera pero, en realidad, nada es lo que parece.
Éramos cuatro hermanas: la mayor de todas era Ma. Ma era bastante grande (como del tamaño de un brick de leche de un litro) y estaba perfectamente dibujada. En su pancita tenía una gran rosa con hojas a su alrededor, todas pintadas con mucho detalle, como cuando el pintor se halla en su momento de mayor inspiración. La siguiente era Tri. Tri era algo más pequeña que Ma, pero también tenía unas bonitas flores dibujadas. Después iba Os, a la que muchas veces habían comparado en tamaño con una botella de 250 mililitros, y que reflejaba unos simples y modestos tulipanes en su vientre.
Y después estaba yo, Ka, la más pequeña de todas. No superaba a un alfiler en altura, y nuestro pintor ya se había cansado pintando a Os y a mí me dejó solo con un fondo amarillo. Tampoco se esmeró en mis ojos, que apenas eran un puntito debajo de las cejas.
La envidia a mis hermanas que esto me causaba no mejoraba gracias a ellas. Al contrario, Ma y Tri siempre se burlaban de mí.
«Cuando te sientas mal por tu aspecto, Tri, siempre puedes mirar a Ka y te sentirás mejor.», solía decir Ma.
Os era la única que me guardaba cierta compasión, pero claro, con ella no se metían. Mis hermanas mayores siempre acababan por hundirme más de lo que me hacía yo misma solo con verlas. Ser grande y bonita, eso era todo lo que valoraban.
Y así era como todos los objetos en la habitación nos veían. Lo que pasaba es que nunca se habían acercado a mí para percatarse de que no era todo tan bonito entre nosotras. Desde lejos sólo podían ver brillar a mis hermanas.
Un día, la habitación amaneció muy alborotada. El móvil sonó a las 7 de la mañana con una alarma que sorprendió a los peluches y que comenzaron a gritar por todo el cuarto.
« ¡Mudanza! ¡Mudanza! ¡Hoy es el día!»
Nuestra dueña, que tendría unos siete años, se levantó de la cama, bostezó y se fue por la puerta. No la volvimos a ver en un par de horas, durante las cuales todos nos dejamos de especular sobre nuestro futuro.
«Nos va a abandonar aquí», «No puede ser, seguro que nos lleva con ella» y «Hemos perdido nuestro poder» eran las principales preocupaciones de todos los objetos en la habitación.
De pronto, la niña volvió al cuarto y todos nos callamos de pronto. Se quedó mirándonos con un dedo sobre la barbilla, se dio la vuelta y cogió una caja de cartón. Después de echar un vistazo de nuevo, se dirigió a mí y a mis hermanas primero. Sin duda, éramos su juguete favorito.
Abrió la pancita de Os y me metió dentro, ya que mi tripa, siempre rellena, no puede albergar a otra más pequeña. Me despedí de todos con la mirada antes de que cerrase a mi hermana. Noté cómo metía a Os en Tri, y a Tri en Ma. Y después probablemente nos metería en la caja.
No sabíamos muy bien a qué más había metido, ni tampoco a dónde se estaba mudando. Sólo nos dimos cuenta de que durante el viaje en coche debíamos ir muy rápido, porque cuando hubo una curva el vehículo debió derrapar y se notó un golpe muy fuerte desde dentro. De hecho, fue tan fuerte que salimos disparadas a lo que pareció más distancia que sólo el maletero del coche.
Cuando abrí los ojos, estaba sobre la carretera, en frente de un coche con las ventanas rotas y la puerta del maletero totalmente destrozada. Más cerca de mí hallé a mis hermanas, todas abiertas y con rasguños importantes.
Un hombre  salió del asiento del conductor y abrió la puerta de los pasajeros, de donde salió la niña. Después de asegurarse de que estaba bien, la llevó de la mano fuera del coche mientras cogía su teléfono móvil. La niña se soltó, se acercó a mí y me cogió.
- ¿Por qué no se ha roto como las demás, papá?
El hombre desvió su atención del móvil y miró a su hija.
- Porque era la única que no estaba hueca."

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